Cambios hormonales

Cambios hormonales

Cambios hormonales 689 1024 Javier González Alcocer

Para celebrar el Día del Libro os comunico que mi relato Cambios hormonales quedó finalista en la segunda edición del concurso Relatos Cortos organizado por El Discurso de la Imagen.

CAMBIOS HORMONALES, Javier González Alcocer

Un suspiro seguido de algo similar a un murmullo, una sucesión de gorjeos que acaban convirtiéndose en una palabra: un nombre, el suyo.

Sus dedos temblorosos sueltan los cordones, el estómago se constriñe, la respiración aumenta su cadencia y el corazón le patea dentro del pecho. Terror y dolor se unen ante lo que sabe va a ocurrir una vez más, como tantas otras veces, como en un sinfín de ocasiones.

Cierra los ojos con fuerza buscando meterse en su interior, intentando escapar del momento, del lugar, de su vida. Los abre con la sensación de que algo es diferente, como si en su quebrada mente los hilos que la sostienen quisieran señalarle otro camino. Parece una imagen distinta, un recuerdo de que a veces hay que tomar decisiones.

Se levanta de la cama, la mira durante unos segundos, muy pocos para evitar que las imágenes por las que tanto sufre le ganen la partida. Lo que ahora importa es saber si será capaz de hacerlo.

Da dos pasos hacia la puerta, ahí queda inmóvil mientras escucha un sonido semejante al de un grifo goteando su nombre. Los segundos pasan, es incapaz de moverse. De nuevo su nombre le llega diluido, chorreando cada sílaba.

Sabe que está ahí fuera, sabe que la espera, que aguarda a que salga para abalanzarse sobre ella, para… Sus pensamientos se detienen, se dice ¡basta!

Arranca cualquier duda que la aturda, obliga a su cuerpo a moverse, sin dar opción a que su mente vuelva a tomar el control para detenerla.

Avanza por el pasillo luchando por no parar, ve la puerta al final, pero sus pies se ralentizan, siente que le abandonan las fuerzas, intuye que no va a llegar. Se queda quieta a pocos metros de la puerta, y es entonces cuando su nombre regresa a sus tímpanos, más consistente, más nítido, más imperioso.

Se derrumba cayendo de rodillas al suelo. Unos brazos la cogen en volandas, la depositan en su cama y allí la dejan, como otras veces, echa un ovillo.

—Esas malditas pesadillas no la dejan descansar —la madre de la niña observa desde la puerta a su hija adolescente, la ha desvestido antes de acostarla en la cama.

—La psicóloga dice que se le pasarán, que los cambios hormonales a veces producen efectos de este tipo —comenta el padre, pasando el brazo por los hombros de su esposa.

—Pobrecita, esperemos que no le duren mucho.

Ambos se dan la vuelta, camino de su habitación.

 

Su nombre suena junto a su rostro, lento y baboso. Una mano le impide gritar, aunque no podría hacerlo pues la hoja de un cuchillo está sobre sus ojos.

—Ya sabes: si dices algo los mataré, a ellos y a tus hermanos, aunque antes les haré cosas horribles.

 

La luz del día la despierta, sentada a los pies de la cama está su madre.

—Es hora de comenzar un nuevo día —le dice con cariño.

—Tienes razón, mamá.

 

—Envenenó a toda su familia, a sus padres y a sus dos hermanos pequeños —las dos psiquiatras miran a una jovencita que permanece tumbada sobre la cama del hospital, la que habla es la de mayor edad—. Dice que fue para salvarlos.

—¿Para salvarlos de qué? —pregunta la más joven.

—De una muerte horrible —se sabe de memoria la conversación que mantuvo con la paciente—, asegura que un monstruo entraba en su habitación cada noche para abusar de ella. La amenazaba con matar a su familia de la forma más terrible posible si ella se lo contaba.

—¿Hay alguna posibilidad de que lo que argumenta sea verdad? ¿La policía encontró algo que apoyase esas declaraciones? —el tono deja entrever lo poco que cree en esas opciones.

—Nada de nada. Aunque ya debía mostrar algún síntoma de este tipo, según la información recabada, acudió tiempo atrás a una psicóloga, pero la exigua evaluación que le hicieron determinó que era algo relacionado con los cambios hormonales propios de su edad —mueve la cabeza acentuando la negatividad—. Todo fue premeditado, fue un envenenamiento planificado con frialdad. Tendremos que estudiar a fondo el tipo de trastorno que sufre, quizá alguna psicopatía o un trastorno de la personalidad.

 

El hombre mira la pared que acaba de pintar, el agujero que daba al armario de la niña es parte del pasado. “Perfecto, no se nota nada, ya puedo poner en venta la casa. Nunca imaginé que pudiera matarlos para librarse de mí. Ahora tendré que empezar en otro lugar”. Pasa la lengua por sus labios, relamiéndose sin pudor.

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